A los 16 años las únicas cosas que te importan son pasar el quinto de secundaria, acabar el colegio, tener una enamorada, dártela de pendejito y entrar a la universidad, ese mundo que imaginas libre, donde no existen los auxiliares, los tutores ni las direcciones de OBE.
En 1991, para cualquiera de quienes estudiábamos en un colegio particular de hombres (un frontal atentado contra las relaciones intersexuales), salir de esa cárcel era lo mejor: hablaríamos con mujeres, nos sentaríamos al lado de una de ellas, nos rozaríamos solapa, iríamos a fiestas; en fin, un sinnúmero de posibilidades.
Sin embargo, mientras ese último diciembre de colegio no llegara, nos restaba nueve meses de embarazosas situaciones de abstinencia en el colegio, pues a las profesoras más feas, a quienes habíamos visto apetecibles con el adolescente entusiasmo sexual de primero de secundaria, les habíamos perdido el gusto y las veíamos como candidatas al olvido. El espejito en el pie para verles el calzón era cosa inimaginable del pasado y, para entonces, ya era tema de los nuevos aguantados de primero.
Era la época de Technotronic, de Roxette, de Bon Jovi, de las revistas Bravo -con las que forrabas tus cuadernos-, de los Trapper Keeper, de las revistas Teleguía y de los cancioneros Funky Hits (con su versión Funky Guitarra). Era el inicio de la última década del siglo y todos se preguntaban ¿Qué pasaría luego del mítico año 2000? Pero también era la época –aunque agónica- de uno de los programas concursos más significativos de los 80’s: el Triki-Trak. Ese formato sabatino que los televidentes adoraban hasta que apareciera la versión original llamada Sábado Gigante -con Dooooon Francisco- gracias a la bendecida y sana aparición del cable.
Para entonces, Televisa nos había infestado con Alcanzar una estrella, una telenovela juvenil en la que la fanática fea se convierte en bonita, de la noche a la mañana, y canta y se enamora junto a su ídolo. La historia de hadas era suficiente para mantener suspirantes a los adolescentes y lanzar el segundo producto, esta vez mediático y muy al estilo de la meca mexicana: Alcanzar una estrella II, con el protagonismo del grupo Muñecos de Papel, integrado por cantantes que provenían de bandas conocidas o solistas como: Eric Rubin, Sasha, Pedro Fernández, Angélica Rivera, Ricky Martin y con ellos, mi diosa: Bibi Gaytán.
No era gran actriz, casi nunca tenía un mayor texto que el de sus compañeros de guión. Cantaba mejor de lo que actuaba y, sin embargo, me deslumbraba al verla. Debo aceptar que esta mujer de tetas prominentes, trasero increíble, piernas contorneadas y labios sensuales eran mi amor platónico. Esa fijación por las tetas, por los senos y las mamas prominentes es algo que me lo explicaría luego, cuando vería aquella película titulada La teta y la luna, de Bigas Luna.
Lo cierto es que me ilusioné como un tetudo de la Gaytán y cuando supe que Muñecos de Papel se presentaría en el Triki Trak, nos juntamos con mis patas del cole, tan tetutos y cojudos como yo, y conseguimos los pases para el programa. Cada quien admiraba a alguien en particular o a la banda en su conjunto. A mí solo me bastaba ver a Bibi, los demás me daba igual. Me compré una foto de ella en la que aparecía como en una suerte de pose de pin up girl y femme fatal. Llevaba un conjunto de short y blusita rayado. Una de sus carnosas piernas se recogía sutilmente hacia atrás mientras ella, con ambas manos, cogía la cortina de la ventana y miraba con esos ojazos negros y esos labios provocadores al lente del afortunado fotógrafo.
Cargué mi cámara fotográfica, esa delgada para rollos de 24, que corrías manualmente con el dedo gordo luego de cada toma, y ya casi tenía todo listo para ese día. Fuimos al Estudio 4 de Barranco, el plató donde se grababa el programa. Recuerdo que hicimos una cola inmensa para ingresar y justo en la puerta nos dicen que ya estaba lleno y que no entraríamos sino hasta el otro bloque, cuando nuestros ídolos y mi Bibi ya no estuviesen. Es decir, tenía que conformarme con verla salir por la puerta trasera.
No hay nada peor que un fan desesperado. Y, en este sentido, benditas sean las fans gorditas y robustas que no creen en nadie cuando de ver a sus ídolos se trata. Bastó que comunicaran la nefasta noticia y se escuchara a la gente de adentro gritar ante la presencia de Muñecos de Papel en el escenario que, cual estampida, un grupo de rollizas energúmenas con carteles y posters de Ricky, Pedro y Eric, empujara con todo hacia el contingente de seguridad que nos impedía el ingreso. Entonces, en medio de un confuso conglomerado de bultos regados, compuestos de fans, agentes de seguridad e incluso gente de producción, ingresamos con mis patas corriendo hacia el interior del teatro y confundiéndonos entre la gente. Nadie nos iría a buscar luego para sacarnos. Ya estábamos adentro.
«Perdóname si te nombro mi muñeco de papel. Perdóname si te nombro…» Era la canción emblemática que se escuchaba. Y ahí estaba ella. Yo, distante por unos 15 metros del escenario, la miraba vestida en ese shortcito apretadito color limón y esa blusita cuyos ojales parecían reventar ante su semejante «pechonalidad» que pugnaba por salir. El cuerpo de Bibi era simplemente espectacular respecto al de sus congéneres del grupo. La esmirriada Sasha era la voz cantante de lúgubre belleza, aunque siempre vestía de negro; Angélica Rivera era el rostro fresco y telenovelesco. Pero Bibi, catalogada por no pocas mujeres como solo un cuerpo trabajado y nada más, era quien llamaba la atención y les refutaba esta imagen cantando: «Soy más que la portada en la revista o la fan de algunos hombres en conquista. Soy más que un buffet para la vista con la típica sonrisa del artista… soy de sueños, sed y piel, tan de miel como de hiel, soy solo mujer…». Era el clamor de esta mujer que quería ser saciado por un hombre que la viera más allá de eso. Y yo, parado, escuchando esta canción en medio de ese bullicioso gentío.
Acabado el show de tres canciones, y una breve entrevista, quedaba ver cómo abordarlos a la salida para conseguir lo que yo más quería en ese momento: un autógrafo. Esa foto que me había comprado caleta a la salida del colegio y que quería que ella estampara con un beso y me pusiera una dedicatoria que eternamente conservaría y mostraría con orgullo.
Con mis patas nos habíamos separado al ingresar con la estampida. Tenía que hacer esto solo. La ventaja es que era bien flaco y podía escabullirme entre la gente. Salí del estudio de grabación y me planté en la puerta de la salida auxiliar, algunos pocos habían pensando lo mismo, pero hasta el momento éramos pocos. No demoró mucho en abrirse la enorme puerta blanca y dar paso a los Muñecos de Papel que salían para subirse a los autos. De pronto, la muchedumbre llegó y abarrotó la salida. La gente de seguridad no se daba abasto y los autos demoraban en tomar la pista y coger pique. En ese ínterin, los ídolos, frescos y sin problemas, bajaban las lunas del auto, saludaban y firmaban autógrafos. Era mi oportunidad, Bibi podría hacer lo mismo. Pero Bibi no estaba en el primer auto, tampoco en el segundo. Abordó un tercer, luego de que los dos primeros partieran. Lo hizo con las lunas cerradas y ocurrió lo que no esperaba. El auto se atascó en un hueco que había en el sardinel de la vereda. Demoró más en poder partir que los anteriores. Y entonces abrió su ventana. Justo frente a mí. Yo la miré, ella repartía sonrisas pero a la vez estaba desconcertada pues en medio del tumulto el auto no conseguía avanzar. Yo, hecho un pavo, taradísimo y totalmente inmóvil con la cámara y la foto en la mano. La miraba, solo la veía. Ya había poca gente, pues la gran mayoría había corrido, cual estela de euforia, detrás de los otros. Bibi miraba a la gente del auto con la incertidumbre de no saber cuándo podría salir del atasco. Y de pronto me miró -claro, miró al pavazo que en vez de estar saltando y gritándole, estaba parado con la boca abierta y su cara de niño huevón- me sonrió y me lanzó un beso volado. Todo como en cámara lenta. Cuando reaccioné me di con el auto de Bibi enrumbando la avenida. Era una mezcla de sensaciones. El beso de Bibi fue como un autógrafo directo, no convencional, escrito en las venas de un fan, de un tonto fan.
Cuando encontré a mis patas, me contaron que vieron a los demás y alguno tuvo un autógrafo de Sasha. Cuando me preguntaron qué tal yo, respondí: «les tengo una sorpresa, pero se las muestro en el cole». Pese a la insistencia no les dije nada, no podía además pues era parte de mi maquinado plan de fan derrotado.
Llegué a casa y le conté lo que pasó a mi madre y mi hermana quienes se divertían diciendo: «pero qué tonto, le hubieras acercado la foto para que la firmara». No tuve más alternativa que pedirles la complicidad para mi idea.
-Mamá, tú tienes letra bacán, escríbeme un autógrafo y firma como Bibi Gaytán, por favor. No quiero ir al colegio el lunes con las manos vacías. Se van a burlar de tu hijo-. Cómo habrá visto mi madre la angustia que accedió a rubricar la foto: Para Kristhian, con mucho cariño. Bibi Gaytán.
Estaba casi consumado el plan. Faltaba el detalle. Mi hermana tuvo que entrar a tallar ahí: el beso. Necesitaba algo que parezca el beso de Bibi. Usó su mejor labial y se pintarrajeó la boca. Ensayamos en varios papeles en blanco hasta que conseguimos la posición de la boca que produjera el efecto Bibi. Y lo logramos.
De esa manera tuve mi anhelado autógrafo. Era una especie de versión «trafa» de lo que ocurrió en verdad. Y todos se la creyeron para entonces.
Esa foto me acompañó todo el quinto de secundaria en mi cuaderno de literatura. Dudaba en ponerla en el de física o el de matemática, incluso el de arte. Pero ahí estaba yo con mi autógrafo de Bibi, orgulloso.
Mi farsa se vendría abajo cuando colocara aquella foto en mi cuaderno del primer ciclo de la universidad. Ninguna de las chicas de mi salón se creyó el cuento. ¿Será que somos tan pavos los hombres que nos creemos todo, o es que ellas son demasiado astutas ante nuestras pavadas? En todo caso, ahora recuerdo otra frase de la canción de la Gaytán: «Por eso chico déjalo ya, no hay que insistir, tu galanteo no me hace feliz, solo una noche y ya ves que soy mucha mujer para ti». Será pues.